martes, 14 de julio de 2015

Canción de cuna rota; PRESENTACIÓN.

Hola a todos!
Hoy me siento muy contenta porque puedo ofreceros el vídeo de la presentación de mi libro Canción de cuna rota. Esta vez colaboraron Abraham Hunt Asensio, Consu Cristófani, Josep Casas, Fernando MMuñoz y Víctor. Aparte de agradecerles a ellos su aopoyo y ayuda, tengo que agradecer a Academia Barberà y en concreto a Isabel Castro, por prestarnos su local y darnos todas las facilidades para que todo saliese genial.
Por supuesto, GRACIAS a todos los asistentes.




martes, 7 de julio de 2015

SEGUNDO CAPÍTULO CANCIÓN DE CUNA ROTA (1 Y 2) de Asia Lafant

• ● 2 ● •
―Eres puntual. Eso me gusta ―y dándome dos besos en la mejilla, me indicó un bar que había a unos pocos metros. Una vez dentro nos sentamos en una mesa para dos bastante apartada.
―Te devuelvo tu abrigo. Gracias por prestármelo ―le dije mientras me sentaba.
―No lo quiero. Ya te he dicho esta mañana que te lo regalo. Te queda muy bien.
―¡Pero no puedo aceptarlo!
―Sí. Sí que puedes. Es más, quiero que lo aceptes, o si no, no te devolveré el tuyo.
Esta vez sonreímos los dos. El camarero llegó enseguida y pedimos ambos una bebida caliente. Seguía haciendo frío.
―Dime, Nora, ¿cómo ha ido la entrevista?
―Creo que bien. Antes de una semana me llamarán para decirme si el trabajo es mío.
―Seguro que lo consigues. Yo te contrataría.
―Bueno, si ellos no lo hacen, estoy abierta a otras ofertas.
La verdad es que era muy fácil entablar una conversación con él. Era educado, galante y divertido. Estuvimos hablando más de dos horas y después de pagar, me ofreció vernos para cenar.
―¿Te apetece? ¿Tienes algún compromiso? ¿Novio, marido, amante?
―No, ninguna de las cuatro cosas ―respondí riendo―, y sí, me apetece cenar contigo.
―Perfecto. ¿Vas a decirme dónde vives o seguimos quedando en la esquina?
No pude más que volver a reír y después le di mi dirección.
―Estaré esperándote abajo, en el coche. ¿Sobre las nueve y media te va bien?
―Sí.
―Entonces hasta dentro de un rato ―y dándome otros dos besos se despidió, dejándome a mí con su abrigo puesto y el mío en mi antebrazo.
Mientras volvía a casa andando, pensé que toda la situación me parecía muy romántica y por eso decidí llamar, en cuanto llegué a casa, a mi amiga Cristina para contárselo.
―¡Hola, guapa! Ahora mismo iba a llamarte para preguntarte qué tal fue la entrevista. ¿Ya tienes el trabajo? Porque si no te contratan es que son tontos, no van a encontrar a una secretaria mejor que tú. Definitivamente estoy segura de que el trabajo es tuyo. No me cabe duda. ¿Y bien? ¿Me lo vas a decir o no?
Mientras la estaba escuchando, se me escapaba la risa. Cristina siempre habla por los codos y apenas me da tiempo de responder a una de sus preguntas que ya está planteando otra o se responde ella misma. Como ya sé que es así, la dejé que acabara para poder responder yo.
―Todavía no sé nada, Cris. Me dirán algo la semana que viene. Pero no te llamaba por eso…
No me dejó acabar. Ya estaba de nuevo hablando ella.
―¿La semana que viene? Lo que yo te digo. Son tontos. ¿Necesitan una semana para ver que eras la secretaria ideal? Bah… menudos lerdos. ¿No me llamas para eso? ¿Y para qué me llamas? ¡Cuéntame!
De nuevo riendo, logré contarle, no sin otras tantas interrupciones, toda la aventura de los abrigos y el desconocido.
―¡Guau! ¡Qué romántico, nena! ¿Y qué te vas a poner para ir a cenar? Ponte bien guapa y sexy ¿eh? Ya sé. Ponte el vestido negro escotado. ¡Ah, no! Ese es de verano. Mmmm… Pues ya está. Ponte el otro, el negro de lana. Ese corto y estrecho. Con unas botas de tacón y unas medias también negras. ¡Ah! Y ponte su abrigo. Sí, sí, ponte el suyo.
La charla se extendió un poco más, intentando decidir, ella sola, cómo iría vestida yo para la cena. Finalmente nos despedimos, no sin antes quedar en que la pondría al corriente de todas las novedades de mi cita.
Cuando colgué me quedé pensativa sobre qué ropa ponerme y, tras unos largos minutos mirando en mi armario, por fin me decidí por algo tan simple como unos pantalones negros holgados, una blusa y unos zapatos. Pensé que como no sabía dónde me iba a llevar, ese atuendo iría bien para cualquier restaurante.
Dudé unos segundos antes de bajar en si ponerme su abrigo o el mío, pero al final me decidí por el mío.
De nuevo, al salir de mi portal, Héctor ya estaba esperándome fuera, apoyado en su coche y fumando un cigarro.
―Estás muy guapa, Nora ―me dijo a modo de bienvenida.
Me abrió la puerta de su coche y subí. Llegamos en poco tiempo al restaurante, entre pequeñas charlas sobre cosas sin importancia seguidas de momentos de silencio.
El lugar al que me llevó esa primera noche era un sitio muy acogedor y elegante. Me alegré de la elección de mi ropa. Estaba a la altura.
―Te he traído aquí porque es un restaurante en el que cocinan todo tipo de platos internacionales. Al no saber tus gustos, preferí venir a este.
―Es un lugar muy bonito y todo lo que veo me gusta ―comenté mirando la carta.
―Me alegro. Ya tendremos tiempo de profundizar en los gustos y preferencias de cada uno.
Sonriendo, llamó al camarero, y pedimos nuestros platos junto a una botella de vino tinto elegida por él.
―Cuéntame algo de ti.
―¿Por dónde empiezo? ―me reí―. Ya sabes cómo me llamo. Tengo veintiocho años, busco trabajo de secretaria y tengo un abrigo tan limpio que parece nuevo. ¿Y tú?
―Yo tengo treinta y cuatro años. Trabajo en una empresa de informática que es mía, y busco una secretaria. ¿Te interesa?
Como no sabía si sus palabras iban en serio o no, decidí seguirle el juego, y lo que empezó como una conversación divertida, acabó siendo casi una entrevista de trabajo y personal.
―Si quieres, mañana puedes venir a la oficina y ver el lugar. Me gustaría que trabajaras para mí. Lo digo en serio.
De nuevo, su sonrisa y sus ojos, de una mirada oscura e intensa, me dejaron sin saber qué decir. Cuando por fin salí de mi ensimismamiento, acepté ir al día siguiente.
Seguimos hablando durante toda la cena, preguntándonos cosas el uno al otro y contando, por encima, nuestras vidas.
Por lo visto, Héctor, hacía ya unos cuantos años decidió montar su propia empresa de informática. Se había abierto un hueco en ese mundo y ahora era un proveedor importante de diversas empresas especializadas en el tema. Importaba y exportaba productos informáticos y también prestaba servicios de puesta en marcha y mantenimiento de programas personales para cada cliente.
Por mi parte, le hice un breve resumen de mi situación actual, hablé un poco sobre mi pasado, y finalmente acabamos charlando sobre libros, películas y música.
Una vez terminada la comida, tomando el café, me ofreció ir a otro sitio a tomar unas copas.
―Gracias, me encantaría, pero estoy un poco cansada. Si no te importa, preferiría ir a casa.
―No, por supuesto que no me importa.
Su expresión no acompañaba a sus palabras. Parecía estar decepcionado.
No sé si fue por eso, o porque realmente quería, pero al final lo invité a subir a mi casa.

lunes, 6 de julio de 2015

PRÓLOGO Y PRIMER CAPÍTULO CANCIÓN DE CUNA ROTA (1 Y 2) de Asia Lafant

• ● Prólogo ● •
―No, no era mi paciente. Bueno, sí, pero fue la primera visita.
El nerviosismo de la psicóloga iba en aumento. Estaba completamente segura de que lo que acababa de pasar en su consulta iba a marcar el resto de su vida.
―Cuéntenos entonces todo lo ocurrido ―le dijo uno de los dos policías.
Buscó con prisas dentro de su bolso la carta que la paciente había dejado caer al suelo.
―Antes de empezar a contar nada, les ruego que tengan en cuenta esta carta que ella misma dejó en mi consulta antes de… antes de irse.
El policía más joven alargó su mano y cogió el sobre. Lentamente lo abrió, leyó el contenido y se lo pasó a su compañero. Ambos la miraron un instante, que a ella le pareció eterno, y la invitaron, con un gesto mudo, a empezar a explicar lo sucedido.
―Esta mañana recibí una llamada de la paciente pidiéndome hora para una consulta. Me especificó que necesitaba toda la tarde para ella sola, añadiendo que pagaría lo que hiciese falta. Comprenderán que con los tiempos que corren aceptara de buen grado prestar mis servicios las cuatro horas seguidas en las que tengo abierta mi consulta por las tardes. El ofrecimiento me venía como anillo al dedo. Hace mucho tiempo ya que la cosa no funciona, digamos, bien. Cada día que pasa hay menos pacientes…
―Bien. Escuche, doctora Uweid, no es necesario que se disculpe. Usted puede hacer sus consultas de la manera que más le convenga. No estamos aquí para juzgar su forma de trabajar. Simplemente queremos saber qué sucedió durante esas cuatro horas.
―Discúlpenme. Estoy nerviosa y, bueno, en fin… La paciente llegó puntual. A las cuatro de la tarde entraba en mi consulta y…
• ● 1 ● •
Declaración de la doctora Yolanda Uweid; Expediente 256954. Toman declaración los detectives Casas (número de placa 658755) y Sarasa (número de placa 471236);

―Buenas tardes.
―Hola ―respondió ella.
La mujer que acababa de entrar reflejaba en su rostro un sufrimiento desgarrador, y sus ojos, negros como el azabache, proyectaban una pasividad y una indiferencia que rozaban el alma con solo mirarlos.
―Pase y siéntese, por favor.
―Gracias.
Sus gestos eran lentos. Era como estar observando a una mujer derrotada, cansada y rendida ante la vida.
―¿Le parece bien que nos tuteemos?
―Sí, me parece bien.
Sentada frente a la psicóloga, mirándola directamente, la mujer empezó a hablar sin necesidad de preguntar nada.
―Me llamo Nora. Saber mi nombre es más que suficiente por ahora. Quiero darte las gracias por atenderme de esta manera, y antes de empezar, quiero pagarte los honorarios.
La petición la dejó bastante perpleja. Pero toda la situación en sí ya era extraña, y todavía sin saber muy bien por qué, la doctora aceptó cobrar por adelantado.
―¿En qué puedo ayudarte, Nora?
―Solo quiero que me escuches. He venido a contarte mi historia. Solo quiero que me escuches.
―Para eso estoy. Cuéntame.
Nora, agarrada a su bolso, sentada en una esquina del sofá, casi acurrucada, empezó a hablar.
―Yo siempre he sido una mujer alegre, divertida y sociable. No tengo demasiados amigos ahora, pero antes… Antes tenía muchos. Y muy buenos. Pero eso ya no tiene importancia. Voy a empezar desde el día en que apareció él en mi vida. Hace unos cuatro meses.
Esa mañana estaba muy contenta porque, después de más de seis meses buscando trabajo, por fin me habían concedido una entrevista, la segunda, en una empresa importante de la ciudad. Hacía mucho frío fuera y por eso decidí ponerme mi abrigo largo. Además había llovido toda la noche y todavía caían algunas gotas.
Realmente me hacía falta ese trabajo e intenté arreglarme lo mejor que pude para dar buena impresión en esta entrevista. Al ser la segunda supuse que sería con algún alto cargo o, quizás, directamente con el jefe que iba a contratar a una secretaria. Y esa secretaria quería ser yo.
Bajé a la calle, y mientras estaba esperando que el semáforo se pusiera verde para cruzar, pasó a pocos centímetros un coche que, al meter sus ruedas en un charco, me empapó de arriba abajo. No sabía si gritar o ponerme a llorar. Estaba completamente mojada y con el abrigo sucio. No me daba tiempo de volver a casa y cambiarme. Llegaría tarde.
Estaba tan absorta en maldecir mi suerte y al coche que acababa de pasar, que no me di cuenta de que este se había parado unos cuantos metros más allá, en doble fila, y de él se había bajado un hombre.
―Perdona. Perdona, de verdad. No te vi. ¿Estás bien?
Me quedé mirando al desconocido sin entender por qué se disculpaba hasta que volvió a hablarme.
―De verdad que no te vi, ni a ti, ni al charco.
―¿Eres tú el que me ha hecho esto? ―pregunté incrédula.
―Sí. Soy yo. Mira, dame el abrigo y lo llevo a lavar. Esta misma tarde estará como nuevo. Dime dónde he de mandártelo y, sin falta, esta tarde te llegará.
―Eso es lo de menos. Tengo una entrevista de trabajo y no puedo ir así. ¿Acaso tu tintorería es tan rápida como para que me lo limpien en unos minutos?
Molesta, me di media vuelta para irme a mi casa, buscar una chaqueta y, sin duda, llegar tarde a la entrevista.
―Espera ―me dijo el hombre cogiéndome del brazo―. Toma. Ponte mi abrigo y dame el tuyo. ¿Dónde está el lugar al que tienes que ir? Yo te acerco en mi coche.
Sin ni siquiera tener tiempo de contestar, el desconocido se quitó su abrigo y me lo tendió. Todavía no sé por qué acepté esa oferta de cambio de prendas, y menos aún, por qué me subí al coche y dejé que me acercara a mi destino.
―Me llamo Héctor, ¿y tú?
―Nora.
―Bueno, Nora, casi hemos llegado. ¿Te parece bien que nos veamos esta tarde y te devuelvo tu abrigo limpio?
―También tengo que devolverte yo el tuyo ―respondí.
―No. Quédatelo. A ti te sienta mucho mejor. ¿Lo harás? ―me dijo sonriendo.
Su sonrisa me cautivó en ese mismo momento y por unos instantes no supe qué responder.
―No puedo aceptarlo, pero gracias ―logré decir.
―Por supuesto que puedes. Es un regalo. ¿Dónde quieres que quedemos y a qué hora?
La situación, más que surrealista, me estaba descolocando por completo. Me sentía transportada por su voz, su sonrisa y sus atenciones.
―No lo sé, dímelo tú.
―¿Vives muy lejos de donde nos hemos encontrado?
―No, a unas pocas manzanas.
―Entonces veámonos ahí mismo, en esa misma esquina. Luego decidiremos dónde ir. Hemos llegado.
Me di cuenta en ese mismo momento que realmente ya estábamos en el lugar en el que debía ir a hacer la entrevista.
―Gracias por traerme, Héctor.
―¡Faltaría más! ―me dijo sonriendo de nuevo―. Nos vemos esta tarde. ¿A las cinco?
―De acuerdo ―y bajándome del coche, me despedí.
Mientras me encaminaba a las oficinas, en las grandes puertas de cristales ahumados que me daban la bienvenida, me miré de arriba abajo y pude comprobar que realmente el abrigo me quedaba muy bien.
Más tranquila, entré en el lugar e hice una entrevista que, desde mi punto de vista, estuvo muy acertada. Casi después de una hora, volví a salir por las grandes puertas y me fui a mi casa.
La persona que me entrevistó, en efecto, era el que podría ser mi jefe en cuestión de una semana. Por lo menos eso me dijo él al terminarla. Ahora solo quedaba esperar a ver si me llamaban.
Decidí darme una ducha antes de comer. Me sentía un poco sucia después de lo que me había pasado por la mañana. Fue tan extraño todo… Y más extraño aún fue el hecho de que esa misma tarde había quedado con ese hombre para intercambiarnos de nuevo los abrigos.
Todavía era temprano cuando acabé de comer y recogerlo todo, así que me puse cómoda en el sofá y decidí ver una película.
Sobre las cuatro de la tarde empecé a prepararme. No sé por qué, pero me arreglé más de lo normal. Como si tuviese una cita.
A las cinco en punto llegué a la esquina. Héctor ya estaba esperándome con mi abrigo envuelto en plástico transparente, recién salido de la tintorería.
Su sonrisa de bienvenida volvió a cautivarme.

Canción de cuna rota, primera y segunda parte; PRESENTACIÓN.


Academia Barberà, Isabel Castro y Asia Lafant, os invitan a 


la presentación del libro Canción de cuna rota, primera y

segunda parte.


Como siempre, no se puede desvelar mucho, pero sí la 


presencia de Josep Casas Pedrero, como guionista, director 


y amigo, Abraham Hunt Asensio, como actor y amigo


, Consuelo Cristofani, como actriz y amiga, y Fernando 


Muñoz, como actor y amigo.




Os esperamos a todos los que queráis pasar un buen rato 


sin compromiso ninguno.


Un abrazo!!!!!