✤ Capítulo 14. Alejandro ✤
Mi primera vez fue muy diferente. Inexplicablemente,
después de muchos años sin verlo, en una fiesta volví a encontrarme con
Alejandro. Mi primer amor secreto de la infancia. Lo cierto es que al verlo
sentí una especie de apretón interno en el pecho y salieron a la superficie
recuerdos que por lo visto andaban por algún rincón de mi mente.
―¿Derah? ¿Eres Derah?
―Hola, Alejandro. ¿Cuántos años hace ya?―Pregunté a modo de respuesta.
―¿Cinco, seis? Estás estupenda, como siempre, de hecho.
Estuvimos hablando en un lugar apartado del local
donde se celebraba la fiesta. Joana esa noche no estaba conmigo. Había quedado con Daniel y parecía muy feliz a su
lado, aunque de vez en cuando veía en su mirada algo que me decía lo contrario.
En un momento dado, Alejandro me ofreció irnos a otro
sitio a tomar algo, pues la fiesta estaba empezando a ser menos divertida e
interesante que nuestra conversación casi a gritos para entendernos por encima
de la música.
Acepté encantada y salimos juntos cogidos del brazo.
―Tengo el coche ahí mismo.
―¿El coche? ¿Tan lejos vamos a ir?
―Bueno, sólo estoy de paso aquí. Me alojo en el hotel
nuevo de la ciudad y pensé que ahí estaríamos tranquilos. Pero si prefieres
otro sitio...
―No, me parece bien. Todavía no lo he visto por dentro.
Tras unas copas y un café, subimos a su habitación. Yo
sabía a lo que iba y realmente lo estaba deseando. Antes de empezar, le dije
que nunca había tenido relaciones hasta el final y Alejandro se mostró
sorprendido y a la vez creo que halagado.
Poco a poco me fue desnudando suavemente sin dejar de
mirarme ni un sólo segundo hasta que me quedé completamente desnuda frente a
él. Sólo entonces apartó su mirada de la mía para buscar con su boca mis
pezones erectos y duros como nunca lo habían estado. Su cálida lengua fue
alternándose de uno a otro mientras yo no podía parar de suspirar y gemir
debajo de mi mano que jugaba con mis labios como intentando silenciarme.
Me sentía sin saber qué tenía que hacer. Nunca había
estado con un chico en la cama. Mis escarceos habían sido solamente besos
pasionales y algún que otro toqueteo sin la menor importancia.
Ahora, por primera vez, tenía ante mí a un hombre
excitado, con su miembro hinchado y erecto, tentándome de una forma extraña e
incitándome a cogerlo entre mis manos.
Cuando lo toqué por primera vez, me sorprendió la
suavidad y la dureza que encontré al apretarlo y rodearlo. Alejandro puso su
mano sobre la mía y me enseñó un movimiento suave y continuo, de arriba a
abajo, sobre su sexo.
Extrañamente, ese movimiento producía unos efectos
deliciosos en el mío propio, que lo sentía húmedo y palpitante e incluso
hinchado.
―Eres tan hermosa... siempre has sido tan hermosa...
Sus palabras
jadeantes, que parecían salir de lo más profundo de él, me hicieron estremecer,
pero eso no fue nada en comparación a lo que sentí cuando sus dedos empezaron a
recorrer mi pequeño bultito que hasta ese día solo había tocado yo. Uno de sus
dedos entró lentamente en mi interior y sin poder remediarlo me arqueé poniendo
a su merced mis pechos que ahora parecían a punto de explotar.
―¿Te he hecho daño?―preguntó
apartando sus ojos de mi sexo mojado.
―No. Me gusta. Me gusta mucho―respondí notando como la cabeza me daba vueltas.
Sin saber lo que me esperaba, vi como Alejandro bajaba
por mi vientre lamiéndome calurosamente hasta llegar a mi entrepierna, y de una
manera inconsciente, abrí mis piernas y subí mi pelvis hacia su boca. Estaba en
un lugar nuevo y llenos de sensaciones nuevas. Su lengua recorría cada pequeño
rincón de mis labios hinchados y húmedos, que parecían que de un momento a otro
fueran a explotar también.
Cuando la punta de su lengua recorría mi bultito que
palpitaba sin descanso, yo sentía como todos los poros de mi piel respondían a
su masaje, y hasta mis caderas parecían tener vida propia, levantándose y
volviendo a bajar para levantarse de nuevo.
Mientras sentía todo ese calor subiendo por mi cuerpo,
como un azote eléctrico, sentí unas ganas tremendas de volver a tocarlo y
apretarlo en mi mano, de subir y bajar por su sexo y escucharlo gemir por mis
movimientos. Pero Alejandro seguía en mi mundo caliente y que me daba la
impresión de que estaba cada vez más mojado e hinchado.
De repente mis manos, como si no fueran parte de mi
cuerpo, buscaban la manera de encontrar esa parte de Alejandro que me había
fascinado.
―¿Quieres hacerlo tú también?―me preguntó él sin yo entender a qué se refería.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de que su
sexo había experimentado un cambio. En la punta había aparecido un bulto rojo y
húmedo que sin saber porqué desee con un ansia irresistible poder probar su sabor.
Poco a poco, me acerqué a él con mi boca y cuando lo
tuve dentro, mi lengua instintivamente empezó a recorrerlo. Estaba salado y caliente, y en mis labios notaba como
una vena palpitaba y se hinchaba cada vez más. Los gemidos que salían de la
boca de Alejandro me incitaban a acelerar el ritmo de mis embestidas, hasta que
fue él mismo quien me apartó.
―¿No lo hago bien?―Pregunté
preocupada y deseosa de seguir lamiéndolo.
―Lo haces demasiado bien, Derah...
―¿Entonces?
―Quiero entrar en ti... tendré cuidado y no te haré
daño...
Estaba segura de ello y por eso dejé que invadiera mi
interior. Tras ponerse lo que sabía que era un preservativo, me miró a los ojos
y empezó una nueva y fantástica experiencia en mi vida. Fue una invasión lenta
y deliciosa.
Noté como mis entrañas se abrían
dejando paso a esa dureza que cada vez entraba más directa y que me masajeaba
hasta lo más recóndito e inexplorado de mi propio ser.
Mis gemidos fueron en aumento y a la par de los de Alejandro,
hasta que de repente sentí ese calor conocido pero a la vez nuevo que anunciaba
la explosión interna que convulsionaría todo mi cuerpo. En el mismo momento que
sucedía eso, sentí como su sexo se hinchaba dentro de mí y como Alejandro
empujaba cada vez más fuerte y mis caderas lo invitaban cada vez más adentro.
Un gemido largo y gutural salió de su boca abierta junto a mi cuello.
Nos quedamos abrazados y desnudos el
uno junto al otro y yo sentí el deseo de volver a hacerlo una y otra vez sin
parar. Había notado una explosión diferente a las que sucedían en la intimidad
de mi cuarto y todavía tardó mucho tiempo mi corazón en volver a un latido
normal.
―¿Te ha gustado?―me preguntó
Alejandro con la voz todavía ronca y acariciando mis pechos que ahora estaban
impresionantemente sensibles.
―Sí―le dije
volviendo a acariciar su sexo que ahora descansaba flácido sobre su pelvis.
―Eres tan especial, Derah…
Acercó su boca a la mía para besarme esta vez
suavemente y de una manera lenta. Mi mano seguía jugando sobre su miembro y
poco a poco, a cámara lenta, empecé a notar como cada vez se ponía más duro.
Eso estaba causando de nuevo un pequeño riachuelo de lava ardiente en mi propio
mundo.
No entendía exactamente esa incesante necesidad de volver
a repetir la experiencia, pero mi cuerpo parecía despertarse solo, así como un
deseo incontrolable de más sensaciones en mi piel.
La segunda vez duró mucho más tiempo y probé a ponerme
encima. Fueron sus manos en mis caderas las que me indicaron cómo moverme al
principio, pero luego, como si lo hubiese hecho toda la vida, tomé el mando del
ritmo hasta volver a explotar convulsionando mi sexo, que parecía tener vida
propia, alrededor del suyo. Éste también descargó su furia dentro de mí y quedó
atrapada en el preservativo que yo misma había aprendido a poner.
Más tarde, Alejandro me acompañó a casa y nunca más
volvimos a vernos. Supe a las pocas semanas que se había casado con su novia de
la ciudad donde vivía, pero no me dolió.
Alejandro me había regalado un maravilloso momento que
nunca podría olvidar y me sentía afortunada por ello.